1ª DE PEDRO 3. 1-7:

LOS DEBERES DE LA PAREJA

1 Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas,
2 considerando vuestra conducta casta y respetuosa.
3 Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos,
4 sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.
5 Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos;
6 como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza.
7 Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.
La esposa debe cumplir su deber con su esposo, aunque él no obedezca la palabra. Diariamente vemos cuán de cerca observan los hombres malos los caminos y la vida de los que profesan la religión. No se prohíbe vestirse bien, sino la vanidad y lo costoso del atavío. La gente religiosa debe cuidar que toda su conducta responda a su profesión, pero ¡cuán pocos saben cuál es la medida correcta y los límites de las dos necesidades de la vida: comida y vestido! A menos que la pobreza sea nuestro cuchillo y no nos permita, escasamente habrá uno que no desee algo más allá de lo que es bueno para nosotros.
Muchos más son contemplados en la bajeza de su situación que en la humildad de su mente; y muchos no están así de limitados, pero desperdician su tiempo y dinero en trivialidades. El apóstol manda a las mujeres cristianas a ponerse algo que no es corruptible, que embellece el alma, las virtudes del Espíritu Santo de Dios. La principal preocupación de la cristiana verdadera está en ordenar rectamente su propio espíritu. Esto hará más por estabilizar los afectos y estimular la estima del marido que los adornos estudiados o la ropa de moda, acompañada por un temperamento agresivo y perverso.
Las cristianas deben cumplir su deber unas con otras con una mente dispuesta y por obediencia al mandamiento de Dios. Las esposas deben someterse a sus maridos, no por miedo ni terror, sino por el deseo de portarse bien y complacer a Dios. El deber del marido hacia su mujer implica respetarla debidamente, mantener su autoridad, protegerla y depositar su confianza en ella. Ellas son coherederas de todas las bendiciones de esta vida y de la venidera, y deben vivir pacíficamente los unos con las otras.

La oración endulza su conducta. No basta que oren con la familia; marido y mujer deben orar juntos a solas y con sus hijos. Los que están familiarizados con la oración, encuentran una dulzura indecible en ella, tal que no serán estorbados en ella. Vive santamente para que ores mucho; y ora mucho para que vivas santamente.