LOS DEBERES DE LA PAREJA
1 Asimismo vosotras, mujeres,
estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la
palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas,
2 considerando vuestra conducta
casta y respetuosa.
3 Vuestro atavío no sea el externo
de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos,
4 sino el interno, el del corazón,
en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande
estima delante de Dios.
5 Porque así también se ataviaban
en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a
sus maridos;
6 como Sara obedecía a Abraham,
llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el
bien, sin temer ninguna amenaza.
7 Vosotros, maridos, igualmente,
vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y
como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no
tengan estorbo.
La esposa debe cumplir su deber con su esposo, aunque él no
obedezca la palabra. Diariamente vemos cuán de cerca observan los hombres malos
los caminos y la vida de los que profesan la religión. No se prohíbe vestirse
bien, sino la vanidad y lo costoso del atavío. La gente religiosa debe cuidar
que toda su conducta responda a su profesión, pero ¡cuán pocos saben cuál es la
medida correcta y los límites de las dos necesidades de la vida: comida y
vestido! A menos que la pobreza sea nuestro cuchillo y no nos permita,
escasamente habrá uno que no desee algo más allá de lo que es bueno para
nosotros.
Muchos más son contemplados en la bajeza de su situación que en la
humildad de su mente; y muchos no están así de limitados, pero desperdician su
tiempo y dinero en trivialidades. El apóstol manda a las mujeres cristianas a
ponerse algo que no es corruptible, que embellece el alma, las virtudes del
Espíritu Santo de Dios. La principal preocupación de la cristiana verdadera
está en ordenar rectamente su propio espíritu. Esto hará más por estabilizar
los afectos y estimular la estima del marido que los adornos estudiados o la
ropa de moda, acompañada por un temperamento agresivo y perverso.
Las cristianas deben cumplir su deber unas con otras con una mente
dispuesta y por obediencia al mandamiento de Dios. Las esposas deben someterse
a sus maridos, no por miedo ni terror, sino por el deseo de portarse bien y
complacer a Dios. El deber del marido hacia su mujer implica respetarla
debidamente, mantener su autoridad, protegerla y depositar su confianza en
ella. Ellas son coherederas de todas las bendiciones de esta vida y de la
venidera, y deben vivir pacíficamente los unos con las otras.
La oración endulza su conducta. No basta que oren con la familia;
marido y mujer deben orar juntos a solas y con sus hijos. Los que están
familiarizados con la oración, encuentran una dulzura indecible en ella, tal
que no serán estorbados en ella. Vive santamente para que ores mucho; y ora
mucho para que vivas santamente.